Partenariado social y perspectiva territorial: claves para la gestión integrada del patrimonio cultural

Este texto se corresponde a la ponencia que presenté el año 2007 en Lisboa en el Coloquio organizado por Era-Arqueologia que llevaba por título: “GESTÃO INTEGRADA DE PATRIMÓNIO: VALORES E PARCERIAS PÚBLICO / PRIVADO”.

Partenariado social y perspectiva territorial: claves para la gestión integrada del patrimonio cultural

Manel Miró i Alaix / Barcelona, 16/02/2007

La capacidad de llenar el ocio de una manera inteligente es el último resultado de la civilización Bertrand Russell

 ¿Qué podemos hacer con nuestro castillo? Hacia una gestión creativa del patrimonio.

En España desde la década de los noventa del siglo pasado ha crecido de manera significativa la preocupación por el uso social de los bienes culturales. Sólo hay que fijarse en la gran cantidad de museos, monumentos y centros de interpretación que han abierto sus puertas al público y los numerosos proyectos que se han redactado.

En los más de quince años que llevo trabajando como consultor de patrimonio y turismo cultural he tenido que responder muchas veces a la pregunta ¿Qué podemos hacer con nuestro castillo, nuestra iglesia o nuestra colección? Lo interesante es que no se me preguntaba cómo conservar sino cómo podemos aprovechar la inversión en conservación en beneficio del desarrollo local. En realidad, la principal demanda que he tenido al redactar y dirigir proyectos de puesta en valor del patrimonio ha sido el de definir el rol que los bienes culturales debían jugar en un territorio determinado y en nuestra sociedad. Una sociedad que se está cuestionando su tradicional modelo de desarrollo y está empezando a plantear modelos alternativos basados en el concepto de sostenibilidad.

Esto significa que, cada vez más, los profesionales del patrimonio vamos a tener que asumir el papel de mediadores sociales, especialmente si tenemos en cuenta que la participación social y la búsqueda de amplios consensos ciudadanos, están siendo y serán claves en la planificación de los nuevos escenarios de desarrollo sostenible que se están planteando en Europa.

Pero para que este proceso tenga éxito serán necesarias dos cosas:

  • En primer lugar la formación de los nuevos profesionales del patrimonio: será preciso definir los nuevos perfiles profesionales y diseñar sus correspondientes currículos formativos. No basta ya con las licenciaturas universitarias tradicionales pensadas para formar investigadores o educadores. La nueva realidad demanda profesionales del patrimonio que además de saber de arte, historia, antropología o arqueología conozcan las técnicas de la planificación estratégica, del marketing cultural, de la interpretación del patrimonio y sean capaces de gestionar un presupuesto o de preparar una candidatura para una subvención del programa Cultura 2000.
  • En segundo lugar, la modernización de la gestión del patrimonio: habrá que establecer un nuevo marco teórico para la puesta en valor del patrimonio basado en los conceptos de desarrollo local, perspectiva territorial y uso social del patrimonio. Pero no bastará sólo con armarse de conceptos teóricos, será necesario transformar en profundidad la actual estructura administrativa que favorece una visión anticuarista y plana de la gestión del patrimonio, cuando lo que se necesita son visiones estratégicas y creativas.

La adecuada preparación de una nueva generación de profesionales y la aplicación de estos conceptos de modernización en los proyectos de puesta en valor del patrimonio que se desarrollarán próximamente en Portugal permitiría hacer frente al principal reto y la principal amenaza que actualmente se ciernen sobre el patrimonio en Portugal y España:

  • El reto: aprovechar la coyuntura favorable que supone el crecimiento del consumo cultural para favorecer la dedicación de recursos a la recuperación y adecuación de bienes culturales. El auge del turismo cultural permite que la puesta en valor del patrimonio se pueda plantear desde la lógica de la economía de mercado y no sólo sobre criterios esencialistas, corporativistas o ideológicos. Este hecho además favorece la participación de la sociedad civil (sea en forma de empresarios, profesionales, asociaciones, colectivos, etc.) en la gestión de los bienes culturales, que dejará así de ser exclusiva de la administración pública y permitirá el paso hacia un verdadero debate democrático sobre el uso de los bienes culturales.
  • La amenaza: la amenaza es doble, en primer lugar, procede de la pervivencia de modelos de desarrollo basados en la especulación y no en la sostenibilidad, modelos insensibles a la preservación de los valores culturales y naturales. En segundo lugar, proviene también de las actitudes corporativistas de algunos profesionales del patrimonio que, con demasiada frecuencia, se encierran en sus torres de marfil inaccesibles y olvidan que una de sus funciones esenciales es la de tender puentes entre el patrimonio y la sociedad.

¿Qué hacen aquellos chicos con palas en la cueva? Hacia una gestión democrática del patrimonio.

En más de una ocasión me he encontrado con alcaldes molestos por una excavación arqueológica que se estaba realizando en su municipio. A menudo la causa de ese enfado era el retraso en unas obras que interesaban más al alcalde que la arqueología. Pero en otras ocasiones, que son las que a mí me interesan, la causa del enfado era que nadie había hablado con el alcalde sobre las excavaciones ni le habían explicado qué se iba a hacer con ellas. Es decir, en este segundo caso el alcalde reivindicaba poder participar del proceso de puesta en valor del patrimonio de su municipio, más allá de dejar un local para que el equipo de excavación guardara sus herramientas.

Esta actitud pone de manifiesto la poca participación que suelen tener la sociedad civil en la toma de decisiones respecto a proyectos de puesta en valor del patrimonio. El campo de la arqueología es paradigmático en este sentido. La mayoría de proyectos de investigación arqueológica en España se deciden por una o dos personas, en despachos alejados de la zona de intervención. En consecuencia, como no todos los periodos históricos suscitan el mismo interés en la comunidad científica, nos encontramos con un desigual conocimiento arqueológico. Así, por ejemplo, en Asturias, el arte rupestre ha acaparado los mayores esfuerzos de los investigadores mientras que se ha prestado poca atención a un periodo tan importante para la historia asturiana como es el de los orígenes del Reino de Asturias.

Todos sabemos que los recursos dedicados al estudio y la puesta en valor del patrimonio son limitados. De esta limitación se deriva la necesidad de seleccionar y escoger dónde, cuánto y como se invierten los recursos. La ausencia de unos criterios claros, previamente consensuados, para tomar esas decisiones abre la puerta a que muchas decisiones se tomen en base a criterios corporativistas, interesados o partidistas, en dos palabras, poco democráticos.

Por ejemplo, en Cataluña, en la segunda mitad del siglo XIX, el auge de la conciencia nacionalista vino acompañado de la consideración de la arquitectura románica como la “Arquitectura Nacional”. En este ambiente intelectual se realizaron numerosos estudios y proyectos de restauración que, al mismo tiempo que hicieron posible la recuperación de importantes obras de arte románicas, lamentablemente, también dieron pie a la desaparición en muchas iglesias del medio rural, de frescos y retablos de época barroca. Aunque hoy en día los criterios de restauración hayan cambiado, este ejemplo nos pone de manifiesto que la puesta en valor del patrimonio no siempre se puede considerar apolítica o neutral sino que a menudo obedece a intereses de distinto signo político o intelectual, aunque a menudo tengamos la impresión de que esto no es así y de que hay una “unanimidad” de criterio entre los profesionales.

Para resolver de manera democrática este conflicto de intereses creo que son necesarias dos cosas:

  • Por un lado, la generalización de instrumentos de planificación del uso de los bienes culturales, lo que en el mundo anglosajón se conoce como Planes Estratégicos de Interpretación del Patrimonio. Estos planes, como los planes estratégicos territoriales, deben elaborarse a partir de la participación ciudadana y tienen como fin consensuar el uso de los bienes culturales de un territorio determinado. Este tipo de instrumentos son básicos para poder desarrollar políticas de patrimonio coherentes y realistas en las que se dé respuesta a preguntas del tipo qué prioridades de restauración hay, qué tipo de actividades se priorizan (o se subvencionan), qué mensaje se da desde el patrimonio, cómo son los públicos potenciales, qué patrimonio debe gestionar o adquirir la administración, qué costumbres o tradiciones se quiere recuperar, qué monumentos se hacen accesibles y de qué manera, cómo se garantiza la rentabilidad de las inversiones en patrimonio… Si no existen estos planes difícilmente se podrá juzgar o evaluar los resultados de las propuestas existentes.
  • En segundo lugar, para hacer frente a los desajustes provocados por el actual modelo de toma de decisiones es necesario articular un mecanismo de participación que permita a los responsables políticos y los agentes sociales de un territorio determinado manifestar sus intereses e inquietudes respecto a la puesta en valor de su patrimonio, incluidas las prioridades de los temas relativos a la investigación. Para que estos mecanismos sean operativos deberán trabajar sobre la base de un plan de interpretación y para definir ese plan no bastará con escribir un proyecto en un despacho sino que será necesario hablar con la población local y conocer sus opiniones sobre su patrimonio.

¿Del museo etnográfico al museo abierto? Hacia una gestión territorial del patrimonio

Con demasiada frecuencia en España, cuando se ha planteado la necesidad o la voluntad de poner en valor el patrimonio de un territorio, automáticamente se ha pensado en la creación de un museo etnográfico o, más recientemente, en la varita mágica de los centros de interpretación.

Uno de los errores más comunes en España, cuando se trata el tema de la puesta en valor de los bienes del patrimonio cultural, es centrar el debate en un bien aislado o sólo en uno de los aspectos que engloban la gestión de esos bienes. En algunos casos el acento se pone exclusivamente en la preservación y en otros parece que la única preocupación sea la difusión.

La causa de este error obedece a la ausencia generalizada en España de planteamientos territoriales en la gestión del patrimonio cultural. Su consecuencia más grave es que al priorizar un aspecto en detrimento de los otros se provocan desequilibrios y desviaciones: por ejemplo, el fomento de la investigación científica sin una política de difusión y de comunicación con el público provoca la concepción de las instituciones patrimoniales como órganos científicos de acceso muy restringido. Lo mismo pasa con las políticas centradas sólo en la conservación, que limitan la utilización comunitaria del patrimonio e impiden su desarrollo. De la misma manera, la difusión sin una documentación e investigación previa falsifica la realidad; y la falta de preservación provoca la destrucción del patrimonio.

Frente a estos planteamientos “unilaterales” es necesario defender la idea que el patrimonio debe ser entendido como un complejo “sistema” en el que debe existir un equilibrio entre las cinco funciones que sintetizan su uso y acción social, es decir, la preservación, la documentación, la investigación, la adquisición y la difusión.

En los últimos años he estado trabajando con mi equipo en la definición de un modelo de gestión del patrimonio con perspectiva territorial. El resultado de ese trabajo ha sido el desarrollo de dos conceptos operativos: museo abierto y territorio museo.

Ambos conceptos responden a una misma idea y una misma necesidad: la de crear instrumentos de gestión adaptados a las actuales demandas de uso social del patrimonio y de desarrollo local. Ambos conceptos derivan del ecomuseo francés con el que comparten una visión integral y territorial del patrimonio cultural y natural y entroncan con la tradición anglosajona de la planificación interpretativa. La diferencia que hemos establecido entre ambos es el ámbito territorial de aplicación: mientras que museo abierto lo estamos aplicando a centros históricos en un contexto urbano, el concepto territorio museo lo aplicamos a ámbitos territoriales más amplios.

Museo Abierto y Territorio Museo comparten un doble significado:

  • Por un lado, los aplicamos en un sentido físico, para designar una oferta de ocio cultural y ecológico, que se manifiesta como un gran museo al aire libre  abierto y habitado, en continuo movimiento y transformación, compuesto de monumentos visitables, centros de interpretación, itinerarios señalizados, etc. A diferencia, no obstante, de los museos al aire libre, el Museo Abierto y el Territorio Museo no están situados en un recinto de uso exclusivo, delimitado por una barrera física (no es un parque acotado), sino que pretende integrar la vida cotidiana del territorio y de sus habitantes. Por tanto es fundamental facilitar al usuario (sea visitante o residente) los instrumentos que le ayudarán a situarse, a ver y aprehender aquello que le ofrece el territorio.
  • Por otro lado, y esta es la novedad metodológica más importante, lo utilizamos para designar a una “estructura organizativa”, capaz de liderar un proceso de desarrollo sostenible, encargada de la gestión del uso del patrimonio y dedicada a la aplicación de una estrategia de interpretación del territorio cuya elaboración, a través del consenso y la planificación, debería ser su principal misión, aunque deba contar para ello con la ayuda de profesionales.

Desde una perspectiva territorial, la puesta en valor del patrimonio no debe plantearse únicamente dentro de las cuatro paredes de una exposición, sino que debe abrirse a una idea integral de paisaje que cuente con los testimonios originales y las construcciones existentes, es decir, los lugares de la memoria.

También desde una perspectiva territorial, los recursos deben articularse bajo un marco conceptual común, el criterio clave de interpretación, que englobe las diferentes temáticas y recursos presentes en el territorio. El despliegue temático del criterio clave de interpretación sobre el territorio dará como resultado un museo abierto o un territorio museo en el que los objetos y los conceptos se presentan en su contexto social y en su entorno físico original. Por ello, entendemos que ambos conceptos pueden ser especialmente atractivos para aquellas zonas dotadas de una fuerte personalidad histórica que conservan numerosas huellas de su pasado: tradiciones artesanales, gastronómicas, particularismos lingüísticos, arquitecturas populares, estrategias productivas peculiares, conjuntos monumentales, restos arqueológicos, obras de arte, manifestaciones culturales…

Uno de los retos que plantea esta propuesta es el hecho de que tanto el residente como el visitante sea capaz de percibir, sin dificultad, los límites y los contenidos del Territorio Museo o del Museo Abierto, ya que, como hemos dicho, no se encuentra situado en un recinto de uso exclusivo sino que comparte la vida cotidiana del territorio y de sus habitantes. Por tanto es fundamental facilitar al visitante los instrumentos que ayudarán a situarse, a ver y aprender aquello que le ofrece el espacio y eso nos lleva hasta la última cuestión: la cuestión del público, de la preocupación por el público.

¿Ciudadanos o súbditos? Hacia una gestión del patrimonio orientada a las personas

Cuando he visitado la Acrópolis, las Termas de Caracalla, la Alhambra o el Palacio da Pena me he sentido tratado más como un súbdito que debe pagar un peaje para cruzar un umbral que no como un ciudadano con derecho a un ocio inteligente.

Fijémonos en la Acrópolis de Atenas, uno de los más grandes monumentos mundiales, centro de peregrinaje de miles de turistas y el sitio dónde uno esperaría encontrar una gestión modélica de las necesidades del público. Lamentablemente, en mis visitas a la Acrópolis la realidad me mostró lo contrario. Veamos por qué.

Mi primer contacto con la organización que gestiona la Acrópolis se produce en la taquilla de venta de entradas: una taquilla gris en la que nada me explican sobre qué servicio recibiré a cambio de la entrada. La sensación es la misma que la del peaje de una autopista, pago por pasar. Primer desencanto… pero no dejo de comprar el ticket.

Frente a la taquilla de venta de entradas descubro una caja de ahorros, una oficina de correos y un kiosco de bebidas y sándwiches y pienso, bien al menos no pasaré hambre ni sed y podré enviar una postal a mis amigos… aunque inmediatamente me doy cuenta que no llevo encima las direcciones postales de mis amigos sino sólo sus direcciones de correo electrónico. Segundo desencanto… pero eso no hace mella en mi ánimo y sigo adelante.

Recuerdo que debo comprar una guía y me pongo a buscar una tienda. Imagino que un lugar como la Acrópolis debe tener un magnífico espacio donde se puedan comprar todo tipo de objetos, libros e incluso contratar algún servicio, como una visita guiada o una audio guía. Llegados a este punto mi sorpresa empieza a ser algo mayor de lo normal porque sólo soy capaz de encontrar una tienda de objetos de lujo que, por supuesto no pienso comprar. Cuando pregunto dónde puedo comprar una guía me señalan una especie de búnker, me acerco y descubro que es un kiosco que tiene expuestas diversas guías completamente manoseadas y atadas con una cadena que me hacen sentir como un presunto delincuente. Tercera decepción… pero me compro una guía y además la encuentro en castellano, parece que aquí el mercado funciona.

A pesar de la ausencia de señalización, no me es difícil encontrar el camino hacia el recinto monumental, una riada de cientos de personas va avanzando por un sendero como si se tratara de una romería. La marea humana funciona de manera espontánea gracias a la buena predisposición de las personas, porque nadie se ha planteado organizar el flujo ni el ritmo de acceso. A medida que me acerco a la escalera de los Propileos, la romería adquiere tal densidad que me recuerda el primer día de rebajas en unos grandes almacenes. En ese momento mi paciencia empieza a resquebrajarse y pienso ¿Porqué nadie se ha preocupado de organizar la mejor manera de entrar en la Acrópolis? Cuarta decepción… pero me dejo llevar por la marea humana.

Mientras levito en mi ascensión hacia los Propileos descubro a una pareja de turistas incautos que se han dejado cazar por un arponero[1], alguien que se ofrece como guía y se identifica con un carné raído y mal plastificado. Recuerdo haber vivido esta misma escena en Pompeya y me pregunto porqué los gestores de la Acrópolis no llegan a un acuerdo con estos guías y les permiten ofrecer sus servicios de una manera digna para ellos y con garantías de calidad para el visitante. Finalmente rebaso los Propileos, a mi derecha el templo de Atenea Niké, a mi izquierda el Erecteión y enfrente, majestuoso, imponente, el Partenón. Intento fijarme en la existencia de alguna recomendación de recorrido, en si los gestores de la Acrópolis han pensado en sugerirnos a los visitantes el itinerario ideal para descubrir el recinto monumental, alguna clave para interpretar su significado simbólico, histórico, artístico… nada, ninguna sugerencia. Quinta decepción… pero decido trazar mi propio itinerario.

La marea humana se ha desparramado por la explanada y los grupos y familias vagan de manera desordenada dedicándose a la principal actividad que se práctica durante todo el día en la explanada de la Acrópolis: la caza de recuerdos en forma de fotografía. Apenas descubro alguna pareja de turistas franceses de mediana edad dedicados a leer la información de su guía y saborear el momento, la experiencia del encuentro con uno de los más importantes escenarios de la historia de Occidente. Decido buscar un lugar para sentarme a organizar mi visita y saborear la experiencia del Partenón. En ese momento descubro que es imposible encontrar un lugar cómodo para sentarse a la sombra y a pesar de que estamos en mayo el sol calienta de verdad. Intento concentrarme en el Partenón pero no puedo, mil cosas distraen mi atención: el ajetreo y el bullicio de los visitantes, las papeleras rebosantes, los pitidos de los guardias, las voces de los guías gritando a sus grupos. Sexta decepción… pero decido que no me afecte, que estoy en uno de los sitios más importantes y representativos del patrimonio mundial y que la experiencia de poder estar allí compensa con creces cualquier otra consideración.

Me fijo en los andamios que cubren el Partenón y en ese momento caigo en la cuenta de que los gestores de la Acrópolis tienen una misión: la conservación del monumento ¡Claro! pienso, a eso dedican todos sus esfuerzos, a salvar la Acrópolis del paso del tiempo y de las hordas de turistas que lo asaltan cada día. Por fin una satisfacción, la de saber que hay personas preocupadas por el cuidado del Partenón. Hasta ese momento no había tenido conciencia de ello. Así que, satisfecho, encamino mis pasos hacia el museo, temblando de emoción al pensar que me encontraré con el Moscóforo o los mármoles del Partenón. Entro en el museo pero al llegar a la sala de escultura arcaica vuelvo a temblar y esta vez no es de emoción sino de pánico ¡al ver a una señora abalanzarse sobre la escultura del Caballero Rampin!

En ese momento tuve una revelación que ya había tenido antes en otros lugares: no podemos dedicarnos a la conservación del patrimonio sin tener en cuenta que lo conservamos para que las personas puedan disfrutar de él. Transmitir el valor y el significado de un bien patrimonial a toda la sociedad es la mejor estrategia de conservación que existe.

A modo de conclusión

Para terminar me gustaría dejar una serie de cuestiones abiertas para el debate y una reflexión ¿Es necesario un mayor compromiso de la sociedad civil con la cultura de la sostenibilidad? ¿Es necesario un mayor arraigo y compromiso de los agentes económicos con el desarrollo y la conservación de sus territorios? ¿Es necesaria una mayor sensibilidad de los políticos y profesionales del patrimonio y del turismo hacia la cultura de la planificación?

Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa entonces es el momento de preguntarse ¿Qué tipo de modelos organizativos y de gestión del patrimonio debemos articular para integrar el patrimonio en los procesos de planificación espacial? En otras palabras, cómo y en qué mesa o mesas deben sentarse los responsables de los bienes culturales y de la ordenación del territorio para poder reflexionar conjuntamente de una manera integrada y sistémica sobre qué rol puede tener el patrimonio cultural y natural en la sociedad actual. Una sociedad que tiene en el conflicto entre el abuso del territorio y el uso sostenible del mismo una de sus principales contradicciones.

PONENCIA ERA LISBOA


[1]  Así son llamadas en Barcelona las personas que están en la entrada de los restaurantes “pescando” clientes.

Un comentario en “Partenariado social y perspectiva territorial: claves para la gestión integrada del patrimonio cultural

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