En su libro Occidente durante la Alta Edad Media Renée Doehaerd habla de la existencia de diversos períodos de carestía generalizada en la Europa de los siglos V al VIII dC. Las citas que ofrece R. Doehaerd son tremendamente vagas en lo que se refiere a aspectos geográficos. Esa vaguedad impide comprobar una posibilidad: que esas hambres y carestías afectaran única y exclusivamente (salvo algunas excepciones) a núcleos urbanos. Por un lado debería demostrarse esto, por el otro, analizar o estudiar las fuentes romanas para comparar la “Fames” altomedieval con la “Fames” romana-imperial. Las crisis de subsistencias en el mundo romano es todavía un tema de estudio por hacer.
Así pues, podrían darse dos circunstancias. La primera que la “Fames” altomedieval no fuera mayor que la bajoimperial. La segunda, que en el caso de serlo, lo fuera principalmente en las ciudades, en los núcleos urbanos. Si esto fuera cierto, ya no seria necesario buscar retrocesos técnicos o demográficos, difícilmente estudiables además los segundos.
La explicación, entonces, de la economía de la Antigüedad Tardía vendría determinada por la dislocación de las redes de circulación comercial por la cuenca mediterránea y entre los núcleos urbanos y rurales. Volvemos pues a un tópico de la economía altomedieval: la autarquía económica. Tópico que se repite infinidad de veces en referencia a ciudades y monasterios y que ya los agrónomos romanos habían apuntado para las grandes fincas y propiedades de la época imperial.
Pero esa autarquía económica no vino como algo querido, se impuso por la fuerza, y es también esa autarquía lo que diferencia en esencia a la España cristiana de la España musulmana, enlazada por el norte de África con una extensa red de ciudades bien comunicadas que permitían el acceso a los ricos mercados del Oriente Próximo.
Así pues, la autarquía económica acompañaría a la dislocación política del Imperio romano. Pero esa autarquía no es tanto nacional como local. Y no podemos suponer que la autarquía fuera consecuencia de la dislocación política, ni al revés. La autarquía económica había sido una constante del Occidente romano donde lo único que se exportaba eran materias primas caras junto con algunos excedentes alimentarios para los mercados del populoso Oriente.
Así pues ¿qué es lo que distingue a la economía romana de la altomedieval? No son ni los medios de producción, ni los niveles de producción, ni el volumen de fuerza de trabajo, si no, ni más ni menos, las relaciones de producción, y dentro de éstas, las relaciones entre fuerza de trabajo y propietarios de los medios de producción y las relaciones entre las unidades de producción y los centros de consumo.
Entonces, las preguntas sobre retroceso técnico y retroceso demográfico deben situarse en un contexto más amplio. Parece claro que no hubo retroceso técnico, pero hay que suponer que la dislocación de las redes comerciales provocó algunas dificultades de abastecimiento de materias primas, tales como el hierro, y la carestía de este metal es una obsesión de las fuentes de la época. De nada servía tener siervos si éstos no tenían con que trabajar. Así pues, si bien no podemos certificar un retroceso técnico, quizá sí tendríamos que analizar qué dificultades planteó la dislocación de las redes comerciales a ciertos sectores de la producción y cómo se resolvieron estas dificultades.
Por lo que hace al retroceso demográfico, en primer lugar hay que resaltar la dificultad de su estudio. En segundo lugar, dejar constancia de lo que advirtió ya M.I. Finley, que la población y la mano de obra no pueden considerarse como números absolutos.
¿Como puede afectar un retroceso demográfico a la economía? En la Europa de la “Edad Oscura”, un retroceso demográfico podría tener diversas consecuencias. En primer lugar, si fuera posible constatar tal retroceso, habría que preguntarse ¿por qué? Como muy bien dice R. Doehaerd “el problema no radica en saber por qué mueren los hombres, sino por qué no se reproducen”. Los demógrafos todavía no han sabido dar respuesta a este problema. Y la respuesta es sin duda compleja porque entra de lleno en el campo de la cultura, de las actitudes mentales. Sin duda, en el fondo de esas actitudes, provocándolas, encontraríamos causas económico-sociales o, mejor dicho, infraestructurales. Pero precisar estas causas cuando ni siquiera estamos seguros de las consecuencias, parece tarea imposible. De la misma manera que no podemos explicar este posible retroceso demográfico, tampoco hemos hallado respuesta al posible crecimiento demográfico que vivió Europa a partir del siglo IX.
Pero, repito una vez más, antes de buscar explicaciones, hay que verificar evidencias. ¿Por qué un retroceso demográfico explica un descenso de la producción? ¿No podría un descenso de la producción explicar un retroceso demográfico?, más aún ¿no podría un aumento de las exacciones sobre la producción campesina favorecer la desnutrición y el aumento de la tasa de mortalidad? Hay tantas cosas a tener en cuenta que parece absurdo querer buscar causas únicas o principales. Así pues, debemos empezar por plantearnos preguntas concretas. Cada una de estas preguntas requerirá una investigación particular, que nos llevará a formularnos nuevas preguntas y nuevas investigaciones.
Una primera pregunta es ¿hubo crisis de subsistencias, es decir, hambres, en la época imperial romana? Otra pregunta ¿hubo un descenso demográfico a partir del siglo V? ¿A qué fue debido? ¿Qué consecuencias tuvo para la reproducción del modo de producción?
Otro punto de discusión son las ciudades. Durante la Alta Edad media algunas desaparecen, otras se mantienen. Parece claro que durante esta época no se fundan nuevas ciudades, pero habría que analizar profundamente cuáles son abandonadas y por qué.
En otro post (El NE de la Península Ibérica des de la Colonització Focea al segle III dC. Un esquema provisional) explicaré cómo la conquista romana de un territorio en el Occidente europeo viene acompañada de la fundación de ciudades y de la “romanización” del área rural de estas ciudades, es decir, de la construcción de “villae”. Las ciudades romanas eran células administrativas y centros residenciales. Cualquier ciudad, para sobrevivir, debía asegurarse el abastecimiento. Muchas ciudades pequeñas lo obtenían de su propio hinterland. Las más grandes (capitales provinciales o conventuales) además contaban con relaciones comerciales en prevención de cualquier mala cosecha. La administración de cualquier ciudad romana implicaba las siguientes tareas: cuidado de los edificios, cuidado del abastecimiento de agua, cuidado de la provisión, cuidado de la recaudación de impuestos, cuidado de la justicia, y otras obligaciones momentáneas (como el abastecimiento de los ejércitos por ejemplo). Estas tareas, para ser realizadas, implicaban el buen funcionamiento de todo el sistema político romano: paz, administradores justos, vías comerciales transitables, ausencia de conflictos sociales.
El sistema romano de organización social sólo funcionó en momentos determinados relacionados con la figura de grandes emperadores como Augusto, Vespasiano o Trajano. De lo cual sacamos la conclusión, ya advertida por Paul Petit, que la situación “normal” durante el Imperio romano fue la de la crisis. Esta crisis era fruto de una profunda contradicción interna y era una crisis básicamente occidental. A Occidente, desde la época de las colonizaciones, se exportó un modelo social surgido en Oriente a raíz de la “Revolución urbana” de Gordon Childe. Pero ese modelo social que se exportó, no se desarrolló, fue impuesto por los ejércitos romanos. La contradicción surgió de la imposición de una estructura política y una superestructura ideológica oriental sobre una infraestructura occidental.
La villa romana, unidad básica de explotación en el occidente del Imperio romano, no existe en Oriente. En Occidente se quiso imponer un modelo territorial de origen oriental, pero lo que jamás se pudo crear fue la infraestructura que sostenía en Oriente ese modelo territorial. Ni en la Galia ni en Hispania ni en Germania ni en Britania existió jamás lo que era tan frecuente en Oriente, la “polis”, fuera democrática, oligárquica o perteneciente a un Imperio. Occidente fue siempre el “Tercer Mundo” de la Antigüedad. Durante la época romana convivieron en Occidente civilización y barbarie, cuando la superestructura impuesta por Roma empezó a tener problemas de mantenimiento Occidente volvió a sus raíces y de esas raíces nacería más adelante el feudalismo y la Revolución Industrial.
Uno de los temas que se repiten constantemente al hablar del Bajo Imperio es la aparición del latifundio. Quizá no es aparición la mejor palabra, no es que los latifundios aparezcan en el Bajo Imperio, sino que se convierten, según algunos autores, en la unidad de producción básica. Estos latifundios, además, no son, en principio, los herederos de los latifundios altoimperiales sino que son de nueva creación.
Yo, personalmente, no creo que el latifundio, su mayor o menor difusión, sea algo que permita diferenciar el Alto y el Bajo Imperio, no, ya he dicho, desde un punto de vista cuantitativo.
Por lo que respecta a la época romana tenemos varios tipos de relación con los medios de producción agrícolas, en concreto, con el medio de producción tierra: los propietarios rentistas, los propietarios productores, los arrendatarios (coloni), los jornaleros (grupo del que no se habla y quizá no exista) y los esclavos.
Dentro de los tres primeros grupos podríamos establecer subdivisiones en base a la cantidad de tierras poseídas o arrendadas, aunque permanecería la duda sobre si entre ellos existían intereses contrapuestos.
Si tenemos en cuenta algunos presupuestos del sistema económico romano, podremos plantear hipótesis sobre el desarrollo de procesos de concentración y de “desconcentración” del medio de producción tierra. Estos presupuestos a averiguar o verificar son: baja y desigual productividad, ausencia de instituciones crediticias, bajo desarrollo tecnológico, una fiscalidad no redistributiva y carente de un método contable eficaz.
Cada uno de estos presupuestos comporta diversas consecuencias. El primero, la dificultad de almacenar un excedente para hacer frente a varias malas cosechas. El segundo, la dificultad de conseguir préstamos a bajo interés para hacer frente a necesidades momentáneas. El tercero, la continua necesidad de mantener un alto nivel de fuerza de trabajo. El cuarto, la constante pérdida en bienes y servicios directos para la comunidad que los ha generado.
Teniendo en cuenta todos estos presupuestos que se dan desde la Roma republicana lo que hemos de preguntarnos no es porqué se desarrollan principalmente los latifundios durante el Bajo Imperio, sino, cómo es que todavía durante el Bajo Imperio existían pequeños rentistas y propietarios productores. El desgaste de los pequeños propietarios debió ser constante: sin posibilidades de almacenaje ni de créditos para desastres ningún campesino, ni hoy en día, puede mantener su propiedad íntegra, a no ser que toda su vida esté ausente de “malas cosechas”.
Quizá estoy exagerando y no fuera tan escaso el margen del pequeño propietario entre la supervivencia mínima y el bienestar (tal como pueda entenderse en aquella época). Lo cierto es que durante toda la época romana, y ahora estoy hablando de Occidente, hubo un continuo proceso de erosión de la pequeña propiedad y de expansión del latifundio. Pero la continua expansión del latifundio sin duda también se pudo ver afectada por los mismos problemas que aquejaban a los pequeños propietarios, con lo que muchos latifundios pudieron disgregarse, sea por vía testamentaria, ruina o confiscaciones.
Lo cierto es que lo que distingue al Alto Imperio del Bajo Imperio no es la cantidad de latifundios sino su cualidad, es decir, los latifundios bajoimperiales tienen un papel distinto en la economía que los del Alto Imperio. Y las diferencias esenciales radican, en primer lugar, en la transformación del latifundio de centro de producción y “exportación” a centro de producción y consumo y, en segundo lugar, el cambio en la composición de su fuerza de trabajo de esclavos a colonos.