La función de la Historia

Publico hoy una reflexión escrita el año 1987 mientras realizaba el curso de doctorado de Prehistoria – Historia Antigua en la Universidad de Barcelona. Se trata de un texto breve en el que me interrogaba sobre la función social de la historia y el rol que los historiadores debían jugar en los procesos de transformación social.

La función de la Historia

Incluso el pasado puede modificarse;
los historiadores no paran de demostrarlo.
Jean Paul Sartre

 

Interrogarse sobre la función de la historia y el papel del historiador en la sociedad contemporánea implica interrogarse sobre la función, en general, de las Ciencias Sociales. Éstas nacieron en el seno de la civilización occidental a remolque de las Ciencias Naturales y bajo la creencia de los ilustrados de que los fenómenos sociales podían explicarse por medio de leyes científicas al igual que los fenómenos de la Naturaleza. Después de dos siglos de estudios e investigaciones, el conocimiento sobre los fenómenos sociales y sobre las leyes que los explican constituye un bagaje más que impresionante. Ha llegado el momento de plantearse una pregunta: ¿en que medida el conocimiento de los fenómenos sociales y las leyes que los regulan han contribuido al desarrollo de la sociedad contemporánea? La respuesta no es unilateral, está en función de los objetivos que cada científico social considere oportunos. Si lo miramos desde la perspectiva del control social, la contribución es inmensa. Por contra, si lo miramos desde la perspectiva de la “liberación” social, la contribución es mínima. ¿Por qué ha sucedido esto? La razón no es una y simple, pero básicamente, es fruto de los intereses clasistas de los intelectuales y de la posesión de los medios necesarios para ejercer el control social por parte de los grupos de poder. Los intereses clasistas de los intelectuales han actuado en dos direcciones, por un lado oscurecer el desarrollo de una teoría de los fenómenos sociales y, por otro, sacar provecho de los avances hechos en ese campo por intelectuales progresistas.

¿Qué papel ha desempeñado la historia en estos doscientos años de Ciencias Sociales? Una vez más la respuesta implica distintas direcciones. La historia ha sido utilizada para legitimar sociedades y políticas contemporáneas. Esa ha sido, hasta ahora, su principal función. Como dice expresivamente M. Kundera, el poder se anhela no para construir el futuro sino para poder manipular el pasado. La Historia se ha convertido no en la ciencia de la comprensión del pasado sino en la ciencia de la reconversión del pasado. Evidentemente, el desarrollo de la ciencia histórica ha refinado sutilísimamente los mecanismos de reconversión, sustituyendo las hagiografías y apologías por el oscurantismo. Esto es, oscurecer y abortar cualquier intento científico de aprehender la realidad social (pasada o presente), con lo cuál se ha convertido a la historia en una rama del conocimiento totalmente inútil. Reflejo de ello es el escasísimo interés que hay en nuestra sociedad por la historia, a la que únicamente se tolera en su aspecto lúdico (novelas, películas, exposiciones).

El poco interés que tiene la gente, en general, por la historia no puede achacarse únicamente a la falta de medios de difusión de los trabajos de los especialistas. Mas bien tendríamos que invertir los términos. La obsolescencia de la mayoria de investigaciones históricas impide la creación de unos vínculos que relacionen la sociedad con los especialistas. No hay mercado para la historia inútil y aburrida. Sólo aquéllos que buscan “confort espiritual” encuentran algo de provecho en las publicaciones. Mientras que aquéllos que anhelan (necesitan) “confort material” ni siquiera se plantean (en general por ignorancia) que en los libros de historia existen soluciones o explicaciones científicas a su falta de confort.

Ante tal panorama, es fácil que un historiador comprometido o preocupado por su presente arroje la toalla y opte, cosa frecuente en nuestros tiempos, por la “salvación individual”: si no puedo cambiar el mundo dejaré que el mundo me cambie a mí. Aquél intelectual que arroja la toalla sabe que cuando baje del “ring” el confort estará ahí, al alcance de su mano. El grado de confort ya sólo dependerá de su capacidad o habilidad de utilizar las reglas del juego. Pero a menudo, el confort no podrá subsanar un profundo sentimiento de fracaso y frustración.

Es posible, y de hecho ya es una realidad, que la historia, y con ella las demás Ciencias Sociales puedan utilizarse como instrumentos de construcción del futuro. Pero el tipo de futuro que éstas ayuden a construir dependerá de los objetivos de aquéllos que las utilicen.

Si algo nos ha enseñado la historia en estos últimos doscientos años es que, parafraseando a Gramsci, son los hombres y sólo ellos los que tienen la responsabilidad y la posibilidad de elegir qué tipo de futuro quieren. Pero entre la posibilidad y los medios para hacerlo hay, hoy en día, un abismo abrumador. Cómo salvar ese abismo debe ser la principal preocupación de todos los que pensamos que este mundo no es, ni de lejos, el mejor de los posibles, aunque cada día nos tiente la idea de que tampoco es el peor y que eso ya basta.

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