Reflexiones sobre el origen y el futuro del museo social

Publico hoy en Raining Stones la versión en español del post Reflexions sobre l’origen i el futur del “museu social” publicado originalmente en catalán en la revista cultural Quadern de les idees, les arts i les lletres.

Reflexiones sobre el origen y el futuro del “museo social”

El post «Del museu social al museu zombi», publicado por Jordi Sans en el Quadern  de les idees, les arts i les lletres, me hizo cuestionar la percepción que siempre había tenido de que el «museo social» había sido una derivación del «museo templo» .

La contraposición entre el museo templo y el museo foro, o museo social, es un fenómeno de los años 70 del siglo pasado. Fue el museólogo canadiense Duncan Ferguson Cameron quien lo formuló por primera vez en una conferencia que impartió en el Museo de la Universidad de Colorado en 1971. Posteriormente, en 1972, esta conferencia fue publicada en un número especial de The Journal of World History, dedicado a museos, sociedad y conocimiento. Este texto tuvo una difusión y una repercusión extraordinaria en el mundo de los museos.

Museo de la Universidad de Colorado

En realidad, lo que hizo Duncan F. Cameron, fue formular de manera clara y con una expresión afortunada, un cambio de paradigma que ya se estaba impulsando desde la década de los 60 en diferentes museos de todo el mundo. Este cambio de paradigma defendía que los museos debían focalizarse más en las personas que los utilizaban, que en las cosas que almacenaban. La idea de fondo era que los museos, más allá de ser los templos donde se rinde culto a las colecciones, debían actuar como foros de debate de ideas.

Esta idea fue realmente revolucionaria en ese momento a pesar de que hoy, desde nuestra perspectiva histórica, nos pueda parecer algo evidente. Era revolucionaria porque, por primera vez desde la aparición de los museos modernos en el siglo XIX, se ponía en cuestión la función del museo como paradigma autoritario y se abría la puerta a una idea nueva de la función y del sentido de los museos, que desembocó en lo que ahora conocemos como «museos sociales».

En este contexto de cambio, un museólogo destacó por su reflexión crítica sobre los museos entendidos como almacenes de tesoros, nos referimos a Jacques Hainard, director del Musée Ethnographique de Neuchâtel (MEN) en Suiza entre 1980 y 2006. Hainard se encontró con un museo nacido en el siglo XVIII como un Gabinete de Historia Natural, y consolidado en los años 50 como un museo etnográfico clásico. Su llegada supuso la ruptura con la museografía tradicional, pues Hainard siempre quiso privilegiar una museología de la ruptura. Ante la museografía clásica dedicada a la yuxtaposición de objetos, propuso en cada exposición contar una historia. Su argumento principal era que la museografía debía desafiar al visitante y provocar su pensamiento crítico, por eso proyectó su museo como un activador cultural.

Jacques Hainard

En un texto de 1985 titulado Le musée. Cette obsesión …, Jacques Hainard reflexiona sobre la obsolescencia de la concepción decimonónica de museo y sobre cómo es absurdo pensar que un museo puede considerarse nunca una obra acabada, porque un museo entendido como un contenedor inmutable de la memoria, acabará para convertirse en una «necrópolis de la memoria».

Cartel de la exposición «Le trou»

Jacques Hainard, a través de las exposiciones comenzó a reflexionar sobre el significado mismo del museo hasta llegar a preguntarse ¿por qué almacenar y acumular objetos en un edificio? Esto le llevó a cuestionar el propio concepto de museo, pues, en el fondo, había constatado que el museo se había convertido en la herramienta que el Estado utilizaba para asegurarse el monopolio de la memoria, tal y como nos recuerda Jordi Sans «el museo ha ejercido como autoridad, en definitiva, en una larga lista de sistemas que abarcan desde la ciencia o el turismo, hasta la religión o el colonialismo». Por lo tanto, poner en cuestión la colección de los museos implicaba poner en cuestión las bases del poder. De hecho, Jacques Hainard, al cuestionar la legitimidad del objeto, cuestiona la legitimidad de la colección y con ella las propias bases tradicionales de la legitimidad de los museos, al tiempo que propone unas nuevas bases, orientadas a hacer de los museos espacios de reflexión crítica que destierren para siempre «estas necrópolis del aburrimiento», lo que Jordi Sans, en términos actuales, llama museos zombis.

Hainard estaba convencido de que los museos y la museografía disfrutarían de un hermoso futuro, sólo si lograban convertirse en espacios para la reflexión y de apoyo indispensable para que las nuevas generaciones estuvieran mejor preparadas para el futuro, a partir de la conciencia crítica de su pasado. Este museo que deseó Jacques Hainard me recuerda el escenario de futuro «deseado» que propone Jordi Sans. El problema es que han pasado casi 40 años entre los dos deseos. ¿Cómo podemos explicar este retraso?

Yo creo que, de la misma manera que el «museo social» lo propiciaron los movimientos sociales que habían impulsado la descolonización y la defensa de los derechos civiles durante la década de los 60, el resurgimiento que observamos hoy en día del «museo templo», es el resultado de la reacción neoliberal de los años 80. Esta reacción, apuntalada en un dominio casi absoluto de los medios de comunicación, también ha considerado los museos como un medio suficientemente importante para hacer de altavoz de los valores del capitalismo. Nada más significativo que los actuales rankings de visitantes a los museos.
En el momento actual tenemos dos paradigmas museológicos sobre la mesa. Uno de dominante, el «museo templo», que deriva directamente de los grandes museos del siglo XIX, y uno de emergente, el «museo foro» o «museo social». Este hecho es muy relevante pues, el desarrollo del «museo social» no ha implicado la eliminación del «museo templo», sino que ambos modelos han convivido hasta hoy, y cada uno de ellos representa una tendencia ideológica mayoritaria en la sociedad actual.

En cierto modo, podemos aplicar aquí las categorías del padre protector y del padre progresista de Lakoff. El «museo templo» es el tipo de museo que gustaría al padre protector, pues es un museo que no propone dudar si no creer, que defiende y celebra su visión del mundo más que la comparte y que impone su autoridad derivada de estar al servicio de la Academia, un museo que no hace concesiones al público y que los usuarios le interesan sólo como receptores de su discurso y como clientes comerciales. En contraposición a este museo, el «museo social» es el que gustaría al padre progresista porque defiende un rol social igualitario entre los sexos, porque es un museo más orientado a despertar el espíritu crítico que a adoctrinar a sus usuarios, porque sus valores se orientan hacia la defensa del medio ambiente, porque es un museo más inclusivo, más participativo.
Yo no tengo ninguna duda de que este museo social se acerca más que el museo templo a la propuesta de nueva definición de museo que impulsó el ICOM el año pasado y que, finalmente, fue desestimada en la 34ª Asamblea General Ordinaria de del ICOM que tuvo lugar en Kyoto (Japón) el pasado 7 de septiembre de 2019. la propuesta de nueva definición decía así:

Los museos son espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el diálogo crítico sobre los pasados y los futuros. Reconociendo y abordando los conflictos y desafíos del presente, custodian artefactos y especímenes para la sociedad, salvaguardan memorias diversas para las generaciones futuras, y garantizan la igualdad de derechos y la igualdad de acceso al patrimonio para todos los pueblos.

Los museos no tienen ánimo de lucro. Son participativos y transparentes, y trabajan en colaboración activa con y para diversas comunidades a fin de coleccionar, preservar, investigar, interpretar, exponer, y ampliar las comprensiones del mundo, con el propósito de contribuir a la dignidad humana ya la justicia social, la igualdad mundial y al bienestar planetario.

Esta propuesta marca un posicionamiento ideológico muy claro hacia los grandes desafíos a los que se enfrenta nuestra sociedad y nuestro planeta. Como ya propuso Jacques Hainard, esta definición apostaba por que los museos se ocuparan del futuro de la humanidad desde una perspectiva democrática y sostenible. Pero esta apuesta avanza en la dirección contraria a la corriente política y económica dominante actualmente en el mundo, tal vez por eso, entre otras cosas, no fue aprobada por la Asamblea del ICOM. De momento, pues, parece que tendremos que seguir deseando, porque los vientos de la involución política, social y económica dominan con fuerza la atmósfera ideológica a día de hoy. Pero también es cierto que el deseo difícilmente desaparecerá y, tal vez, estos vientos que ahora soplan hacia la derecha, girarán y llenarán las velas para hacer crecer los movimientos sociales que ya actualmente luchan por la defensa de los derechos civiles, de la desigualdad económica y de la salud del planeta. Quiero pensar que ya ha nacido la generación que mirará los museos de una manera nueva.

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