Los orígenes del feudalismo en Europa. Una reflexión a partir del libro de Henri Pirenne “Mahoma y Carlemagno”.

Henri Pirenne

Publico hoy una reseña que escribí en el año 1986 mientras cursaba las asignaturas de doctorado en Prehistoria – Historia Antigua en la Universidad de Barcelona. Por aquel entonces yo era un ferviente seguidor de las teorías del materialismo histórico y es desde esa óptica que está escrito este comentario. Hoy me sonrío al percibir la vehemencia con la que un joven aprendiz de apenas 24 años era capaz de afirmar cosas como “Henri Pirenne se equivoca”. En aquel momento estaba convencido de que Pirenne había errado su interpretación de los orígenes del feudalismo europeo como resultado de la invasión musulmana. Hoy seguramente estoy más cercano a las tesis de Henri Pirenne de lo que estaba en ese momento, pero muchos de los argumentos de debate que se exponen en el texto siguen siendo válidos hoy en día.

Una crítica a Mahoma y Carlomagno de Henri Pirenne. Barcelona, 20 de Enero de 1986.

El libro “Mahoma y Carlomagno” de Henri Pirenne está dedicado a un sólo fin: demostrar que la transición de la Antigüedad al Feudalismo en Occidente es consecuencia directa de la expansión islámica. Según Pirenne, ésta cerró el Mediterráneo al comercio entre Oriente y Occidente, con lo cual Occidente se vio obligado a replegarse sobre sí mismo y el eje de la civilización se trasladó del Sur al Norte.

La primera crítica que debe hacerse al libro de Pirenne es su errónea visión del comercio como un ente autónomo, al margen del mundo en que se desarrolla. Pirenne desconecta el comercio de las relaciones de producción, con lo cual el comercio queda fuera del contexto que le proporciona una formación social dada.

Según Pirenne, existe una “continuación de la vida económica romana en la época merovingia, extensible a África y España”. Esta afirmación supone que la vida económica romana fue siempre la misma, lo cual es mucho suponer. Con la expansión de la época republicana, Roma entra dentro de los circuitos comerciales mediterráneos. Lejos de transformarlos, se adapta a ellos. Su principal contribución a la actividad comercial fue el establecimiento de la llamada “Paz Romana” en época de Augusto. Con anterioridad la actividad comercial probablemente se vio perjudicada por la rapacidad de los gobernadores y publicanos. Con Augusto se abre una época floreciente para el comercio. Fruto de ello es el florecimiento urbano que las guerras helenísticas y la conquista romana habían oscurecido. Oriente contaba con unas estructuras comerciales antiquísimas que sólo necesitaban una coyuntura favorable para desarrollarse. Por el contrario Occidente, desde su misma entrada en las rutas comerciales mediterráneas, en tiempos de las colonizaciones fenicias y griegas, fue vista por los orientales como una inagotable fuente de recursos, al mismo tiempo que las estructuras sociales oligárquicas les proporcionaban un reducido pero muy rico mercado. La relación que se estableció desde el principio entre Oriente y Occidente no favoreció en ningún momento en éste el desarrollo de unas estructuras económicas y sociales como las que existían en Oriente. El comercio oriental favoreció el desarrollo de las fuerzas productivas indígenas consecuencia del cual fue un cambio en las relaciones de producción. Estos cambios provocaron una crisis en la formación social tribal que entrará en decadencia hasta que será suplantada por una formación social nueva, a veces de forma violenta y otras veces de manera pacífica. La expansión romana, que parte de Occidente, creó el marco adecuado para el desarrollo de un “comercio internacional”. Este comercio actuó como catalizador de la producción y provocó una tendencia hacia la especialización de la producción en cada una de las regiones del Imperio. Si a este hecho unimos el desigual desarrollo de las formaciones sociales mediterráneas, observaremos que podemos hablar de una “formación social antigua central”, alrededor de lo cual, y debido a su expansión, se desarrolla una “formación social antigua periférica”. Esta última se convierte en una zona de explotación de la primera; explotación que bajo el dominio romano, termina por materializarse en la imposición de una superestructura política.

La crisis del siglo III supuso una honda transformación en la vida económica del Imperio. Por un lado la crisis política interior (anarquía militar) y exterior (guerras germánicas) desencadenó una crisis financiera que el Estado intentó superar con una creciente presión fiscal. Esta presión recayó principalmente en la clase media urbana y rural que empezó a tener verdaderas dificultades económicas. En el campo, las dificultades económicas se ven constatadas por la extensión de la práctica del patronato y en la ciudad, por el abandono de las obligaciones municipales que obliga al Estado a convertirlas en hereditarias y a hacer responsables a los curiales del pago de los impuestos. Los grandes beneficiarios de la crisis del siglo III serán los terratenientes que verán aumentar su poder sobre la tierra y los hombres que la trabajan. Desde la crisis del siglo III la diferenciación esclavo-colono irá perdiendo un sentido real, iniciándose así el proceso social que conducirá al feudalismo.

Esta situación de empobrecimiento generalizado que contrasta con la riqueza de unos pocos, es más patente en Occidente y repercutirá de nuevo en la relación comercial con Oriente. A partir del siglo IV los protagonistas del comercio en Occidente vuelven a ser los sirios y los judíos. En realidad, nunca habían dejado de serlo, pero a su actividad comercial se había unido la de los productos agrícolas, comercio que tenía su principal mercado en el ejército y las ciudades. A partir del siglo IV, el mercado se ve reducido cada vez más a las villas señoriales y a las pocas familias acaudaladas de las ciudades.

Las invasiones germánicas acentuarán este proceso. Evidentemente, como dice Pirenne, éstas no cerraron el Mediterráneo al tráfico comercial. Pero la aristocracia del siglo V y VI es una aristocracia rural, preocupada principalmente por el poder sobre los hombres. En Occidente, las invasiones germánicas vienen a reforzar el papel de la aristocracia que ya desde el siglo IV ha ido arañando parcelas de poder público.

Theodosius I

El Emperador Teodosio I. © Time Inc.

Para Pirenne, durante la época de los reinos germánicos entre el rey y sus súbditos no se ha interpuesto todavía el “senior”. Quizá una ley de Teodosio del año 388 le haría cambiar de idea. El emperador prohíbe las cárceles privadas. Numerosas leyes denuncian los abusos de los patronos: encubren a los campesinos, a los mercaderes que adeudan al fisco, protegen a los bandidos, acaparan las tierras del Estado, incluso usurpan los poderes de éste en materia de justicia. “Al mismo tiempo que el Estado dicta normas contra el patronato, favorece la extensión del colonato” (R. Remondon, p. 119) con lo cual refuerza el poder de la aristocracia sobre los hombres, cuya importancia es fundamental dada su escasez. P.D. King, hablando de los intentos de la realeza visigoda de hacer respetar su poder dice: “La ley presenta, efectivamente, el supremo ejemplo de la falta de realismo… Es como si los reyes, conscientes en el fondo que la situación se les ha escapado de las manos tratasen furiosamente de demostrar que esto no era así mediante la adopción de medidas cada vez más complicadas, cuya aplicación eficaz presuponía un grado de obediencia pública y de autoridad de gobierno que los exorbitantes castigos demostraban que no existía” (p.192). El Estado visigodo es continuación del gobierno imperial en cuanto que, como éste, es incapaz de frenar la rápida caída del poder público y el afianzamiento de los privilegios de la aristocracia.

Se ha dicho que la restauración del poder imperial que llevaron a cabo Diocleciano y Constantino, supuso un nuevo florecimiento de la vida urbana. Esta idea intenta hacer frente a la anterior opinión generalizada que la crisis del siglo III supuso la ruina y decadencia de las ciudades. Ambas ideas, por radicales, pecan de excesiva generalización. Porque si bien es cierto que algunas ciudades no pudieron sobreponerse a la crisis del siglo III, otras florecieron más que antes a partir de esta época. Para la tesis de Pirenne es necesario que las ciudades de los siglos V al VII sigan siendo importantes centros de consumo. Si Pirenne dice que en época merovingia “se puede afirmar la presencia de numerosos mercaderes indígenas que traficaban con los productos del suelo”, se supone que éstos tenían su principal mercado en las ciudades y que, por tanto, seguían existiendo numerosas ciudades que para su abastecimiento requerían la existencia de un comercio a gran escala. Para Pirenne, los obispos habían restaurado las ciudades después de los desastres de las invasiones y éstas continuaban siendo no sólo centros eclesiásticos y administrativos sino también artesanales y comerciales. Según Pirenne, tras los trastornos del siglo V hubo un período de reconstrucción caracterizado por el gran número de edificios nuevos que se construyeron.

Aceptando como cierto que muchas ciudades continuaron existiendo, cabe preguntarse en qué términos lo hicieron. Lo que caracteriza arqueológicamente las ciudades de los siglos IV al VII es su cristianización. La Iglesia parece ser la única institución capaz de levantar edificios públicos importantes en las ciudades. El Estado visigodo no hizo más que edificar en el lugar donde residía la Corte (Toledo). Las iglesias conservadas en España de época visigoda, algunas de fundación regia, se caracterizan por su modestia. En Mérida, el obispo Félix levantó un hospital e hizo reparar el puente sobre el Guadiana. Cuando los árabes llegaron a Mérida estaba de nuevo en ruinas. A mi entender es sin duda exagerado hablar de un “grado bastante importante de prosperidad económica” en las ciudades de los siglos V al VII.

San Apolinar

Un estudio de la ciudad tardoantigua debe partir de una tipología de las ciudades, analizando profundamente sus recursos económicos, posición geográfica y función administrativa. Antes de generalizar son necesarias aún muchas monografías. Hasta ese momento lo único posible es plantear hipótesis de trabajo. Según R. Doehaerd, en la ciudad no encontramos ya guarniciones militares, ni los funcionarios de la administración, ni mercados ni mercaderes. Puede decirse que si las ciudades medievales sobrevivieron fue gracias al obispo, la Iglesia sacralizó las ciudades y las transformó. El obispo se convirtió en la principal autoridad de la ciudad, acaparó las antiguas funciones públicas. Posiblemente, es sólo una hipótesis, el abastecimiento de las ciudades en las que residía un obispo estaba en manos de éste y provenía de los diezmos que debían pagar las parroquias dependientes de una sede catedralicia, siguiendo el mismo modelo que funcionaba en los monasterios. Así, el comercio quedaría relegado a una serie de materias imposibles de obtener con la producción propia. Y este modelo sería válido para el reino visigodo antes de la invasión islámica, con lo cual el protagonismo que le otorga Pirenne a ésta desaparición del comercio quedaría relegado a un segundo plano.

Leovigildo conquista Cantabria

Algunos de los errores en los que incurre Pirenne se deben a su limitada visión de Occidente, es notable su desconocimiento de la Hispania visigoda. Los trabajos de A. Barbero y M. Vigil sobre el reino visigodo, han puesto de relieve la temprana feudalización de éste. Curiosamente se había considerado al visigodo como el reino germánico más romanizado. Sin necesidad de un hecho externo como es la invasión islámica, la sociedad de la Hispania visigoda se encontraba en pleno proceso de feudalización (protofeudalismo). Cuando la aristocracia hispanorromana hacía ya tiempo que detentaba esferas del poder público, en la Meseta la arqueología ha desenterrado numerosas villas señoriales, centro de grandes dominios. En estas villas residían “dominus” con poder sobre hombres y tierras, con ejército propio y autonomía judicial, fruto todo ello de los progresos del patronato en el siglo IV. La monarquía visigoda nunca fue capaz de ejercer un poder de facto sobre esta aristocracia a la que se unieron miembros de la nobleza goda. El único medio que tenía la monarquía de hacerse respetar era convertirse en el más poderoso terrateniente, cosa que logró pocas veces. La turbulenta historia política del reino visigodo es una prueba irrefutable de la tendencia independentista de la nobleza. Así, no fue difícil que un ejército bien organizado como el de Tarik en el 711 eliminara con sorprendente rapidez al frágil Estado visigodo desgarrado por luchas intestinas e incapaz de reclutar un ejército que hiciera frente al musulmán.

Vista desde este punto de vista, la transición de la Antigüedad al Feudalismo en la Península Ibérica no es fruto de la invasión islámica, ni de una supuesta síntesis entre las sociedades romana y germánica. En Hispania, esta transición me parece protagonizada por la aristocracia latifundista, que aprovechó la crisis del Estado romano (basado en un régimen de explotación esclavista) para crear las nuevas estructuras económicas y sociales típicas del feudalismo: adscripción del hombre a su lugar de trabajo; bipolarización de la sociedad (honestiores y humilliores); privatización de las funciones públicas junto con un debilitamiento del Estado; fundamentación del orden social en una ideología místico – salvacionista aportada por la Iglesia; tendencia hacia la autarquía económica que dificulta los contactos comerciales.

Partiendo de este análisis del reino visigodo, podemos acercarnos ahora al merovingio. Éste en términos generales sufrió la misma evolución que el visigodo, aunque más lentamente. El hecho de que en el reino franco existiera en el momento de la invasión musulmana un poder fuerte emanado de la figura del mayordomo de palacio evitó que el Islam se estableciera más allá de los Pirineos. Pero el poder que detentaban los mayordomos de palacio Pipínidas era fruto de unas relaciones sociales plenamente feudales: Pipino era poderoso porque tenía muchos vasallos, los mismos que le permitieron destronar al rey merovingio e inaugurar su propia dinastía en el reino franco, que en este caso recibirá la unción papal. No olvidemos que la unción regia se realizaba en España, al menos desde tiempos de Wamba (posiblemente ya existía con anterioridad).

La debilidad del Estado merovingio, fruto de los enfrentamientos nobiliarios, será heredada por el carolingio. Cuando el poder de la dinastía carolingia quede en entredicho la nobleza joven no dudará en independizarse y convertir el reino en un mosaico de condados. La invasión musulmana impidió al reino visigodo terminar un proceso que sin duda lo hubiera llevado a esa misma situación.

No creo que la debilidad de la monarquía merovingia sea fruto de que ésta dejara de cobrar los peajes impuestos al tráfico comercial cuando éste declinó, según Pirenne, ante la expansión musulmana. ¿Cómo se explica la desaparición de los mercaderes indígenas? ¿Por qué cuando Carlomagno consiguió hacerse con una franja de mar no se preocupó de abrirlo al comercio? La actividad comercial a gran escala declina en Occidente no porque el Islam cierre la gran vía de comunicación, el Mediterráneo, sino porque Europa ha evolucionado hacia una economía de autosuficiencia, que concuerda perfectamente con la mentalidad feudal que convertirá al comercio en un “torpe lucrum” anatematizado por la Iglesia y despreciado por la nobleza. La riqueza alto-medieval tendrá su base no en la propiedad de la tierra, como en la época anterior, sino en el poder sobre los hombres que la trabajan.

Referencias al libro “Mahoma y Carlomagno” de Henri Pirenne:

http://classiques.uqac.ca/classiques/pirenne_henri/mahomet_et_charlemagne/mahomet.html

Un comentario en “Los orígenes del feudalismo en Europa. Una reflexión a partir del libro de Henri Pirenne “Mahoma y Carlemagno”.

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